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Será nuestro secreto, la última novela de Empar Fernández

Empar Fernández, Será nuestro secreto.

Ed. Alrevés, Barcelona: 2022.

Una magnífica novela negra escrita con una prosa deliciosa.

«Tedesco baja del autobús dos paradas antes de la que queda más cerca de su casa. Prefiere caminar unos minutos, aunque el relente del anochecer le obligue a avanzar encogido y con la cabeza medio oculta por las solapas del abrigo. Como una vieja tortuga, piensa al encorvarse todavía más y encoger el cuello. Como un animal longevo que pierde facultades. Con los sesenta a la vuelta de la esquina, se siente viejo y desalentado.

A veces, en los malos días como el que acaba, el policía piensa en sí mismo como en un farsante, en un inútil. Hace días leyó algo sobre el síndrome del impostor, que consiste en experimentar la certidumbre de que los logros personales no son el resultado del empleo de las propias capacidades, sino de la buena fortuna, de inexplicables golpes de suerte. Dada la incapacidad para avanzar en el caso, Mauricio Tedesco se siente un impostor a sueldo de la ciudadanía».

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Un tío con una bolsa en la cabeza

Alexis Ravelo, Un tío con una bolsa en la cabeza. Siruela, Madrid: 2020.

«No hay mayor tirano que un enano con el látigo en la mano. Eso solía decir el Viejo. Eso lo había leído o lo había sacado de una canción, no lo sé. El tipo o la tipa que no aprobaron los exámenes para policía y acabaron de seguratas, los auxiliares de clínica que no pudieron o no supieron ser enfermeros, el cabo chusquero, el peón de la cuadrilla al que le toca controlar el tráfico con un cartelito y unos conos en mitad de la carretera, la tía que quería ser jefa de negociado y ha acabado recogiendo documentación en el registro, el juez o la jueza que no consiguen ascender y siguen en la Audiencia Provincial, acumulando autos que no interesan a nadie hasta que un día les cae por turno un caso sonado con el que pueden lucirse y salir en el periódico, el calvo que pudo ser metre y no pasó de jefe de rango, la rubia teñida que estudió Economía y Finanzas, pero solo consiguió ser encargada de turno en ese supermercado de barrio. Esos, esas, están ahí esperando a que llegues a la puerta que custodian, el hospital por el que se arrastran, el batallón donde sirven, la carretera que controlan, el registro donde vegetan, el juzgado en el que sojuzgan, el lado del comedor en el que lamen culos, el supermercado en el que se pudren. Si te encuentras algún día a su merced, pagarás por su fracaso como si fuera el tuyo, probarás el sentimiento de humillación que, generosamente (y eso es lo único en lo que son generosos), propagan por el mundo. Esos son los enanos del látigo y el látigo está hecho de normas, de órdenes dictadas por otro al que ellos nunca son capaces de identificar, de reglamentos, de normativas, de leyes, de políticas de empresa. Todos, todas, soñaron con llegar a tener poder. Poder del de verdad. De ese que te permite dictar normas, decidir la suerte de seres anónimos a quienes jamás verás el rostro, cambiar el mundo, parar el tiempo, hacer que se te recuerde cuando ya no estés…»

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El chico de las bobinas, al estilo Juan Marsé

Pere Cervantes, El chico de las bobinas,

Destino, Barcelona: 2020

 

     «A mis casi cincuenta arrastro un importante número de fracasos sentimentales. Y con el paso del tiempo la cosa no mejora. Ya no es que uno se vuelva más exigente con los demás, sino que se vuelve más tolerante consigo mismo, y esa tolerancia se convierte en comodidad, en una suerte de equilibrio que se solidifica y que, como tal, se hace inexpugnable. La soledad, como la tecnología, crea adicción.»

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Ulises en taxi por Barcelona

Carlos Zanón, Taxi (Salamandra)

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Ha entrado en la calle peatonal por la parte más alejada del casino y la Torre Mapfre, la parte fallida de los locales de ocio del Port Olímpic, para no vérselas con los ingentes trozos de carne sanguinolenta de hooligans y regordetas cerditas descalzas en inminente adiós a su soltería. No tener que abrirse camino entre los turistas entregados por cruceros de lujo y de garrafa, borrachos y desenfrenados, y las pupilas sin párpados de la muchachada nacional, entre vómitos y polvos rápidos, caídas al suelo pringoso, su tratar de alcanzarse con los puños, sus ganas de seguir bebiendo, entregando euros a tipos apuntalados al otro lado de la barra. Sandino, más allá de la jeremiada que suena dentro de su cabeza, no ve necesario invocar al Yahvé del desierto para una lluvia de azufre. Pero acudir aquí para cualquier cosa que no sea odiar Europa no tiene sentido. Y mucho menos si eres taxista y estás en acto de servicio. Aquí podría pasarte cualquier cosa. Turistada ebria que se te mete en el coche aunque lleves pasaje. Que se lanza contra el taxi en cuanto te detienes en un semáforo. Que te jode los retrovisores y escupe en los cristales como parte de la diversión pagada si consumes más de diez combinados. Tipos que se tiran al asfalto cuando vas a arrancar. Gente que si la tomas como pasaje puede potar, follar, hacerse las rayas pertinentes, cambiarse las bragas, volver a vomitar, gritarte, no pagarte, insultarte y pegarte.

   Zombieland.

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Lo que nos queda de la muerte, de Jordi Ledesma

Una magnífica narración que tiene tanto de costumbrismo como de novela negra. Una lectura muy recomendable que recupera la historia oscura de la costa barcelonesa de los noventa.

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