Arxivar per Març de 2021

La ciudad de la furia

Ernesto Mallo, La ciudad de la furia, Siruela, Madrid: 2021.

«…¿ya no soy el boludito ignorante que fui. Los libros me enseñaron muchas cosas del mundo de mierda donde vivimos. Pero lo más importante: me enseñaron quién soy y me enseñaron que hay que dar a los demás. ¿Vos qué les das a los tuyos? Educación. ¿Qué educación, esa que los hace buenos esclavos? Eso no es educación, es domesticación. Vos te pasaste al otro bando, ¿A qué bando? El de los explotadores. ¿Quiénes son? Los que nunca se ocuparon de la pobreza. A los que nunca les importamos. Nosotros encontramos la única manera de escapar de la miseria: la droga. Ahora nosotros somos ricos y ellos, los que vos servís, están muertos de miedo. Ellos nos persiguen con su policía y su sistema penal, pero nosotros ya no somos los explotados sumisos, somos una masa cultivada en el barro, analfabetos diplomados en las cárceles. Vos sos de los que quieren cambiar el mundo sin darse cuenta de que el mundo ya cambió. ¿Ah, sí?, no habrá sido para mejor. ¿Qué es mejor, Palanca, y para quién? Para nosotros es mejor, la droga es una posibilidad, una salida. Esta es la era de la posmiseria que generó una cultura asesina, la misma de siempre, pero ahora las víctimas no somos solamente los pobres, ¿entendés? Ahora tenemos dinero y el dinero nos proporciona tecnología, tenemos teléfonos celulares, satélites, internet, armas modernas. Y somos muchos. Y no tenemos miedo a morir».

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Un tío con una bolsa en la cabeza

Alexis Ravelo, Un tío con una bolsa en la cabeza. Siruela, Madrid: 2020.

«No hay mayor tirano que un enano con el látigo en la mano. Eso solía decir el Viejo. Eso lo había leído o lo había sacado de una canción, no lo sé. El tipo o la tipa que no aprobaron los exámenes para policía y acabaron de seguratas, los auxiliares de clínica que no pudieron o no supieron ser enfermeros, el cabo chusquero, el peón de la cuadrilla al que le toca controlar el tráfico con un cartelito y unos conos en mitad de la carretera, la tía que quería ser jefa de negociado y ha acabado recogiendo documentación en el registro, el juez o la jueza que no consiguen ascender y siguen en la Audiencia Provincial, acumulando autos que no interesan a nadie hasta que un día les cae por turno un caso sonado con el que pueden lucirse y salir en el periódico, el calvo que pudo ser metre y no pasó de jefe de rango, la rubia teñida que estudió Economía y Finanzas, pero solo consiguió ser encargada de turno en ese supermercado de barrio. Esos, esas, están ahí esperando a que llegues a la puerta que custodian, el hospital por el que se arrastran, el batallón donde sirven, la carretera que controlan, el registro donde vegetan, el juzgado en el que sojuzgan, el lado del comedor en el que lamen culos, el supermercado en el que se pudren. Si te encuentras algún día a su merced, pagarás por su fracaso como si fuera el tuyo, probarás el sentimiento de humillación que, generosamente (y eso es lo único en lo que son generosos), propagan por el mundo. Esos son los enanos del látigo y el látigo está hecho de normas, de órdenes dictadas por otro al que ellos nunca son capaces de identificar, de reglamentos, de normativas, de leyes, de políticas de empresa. Todos, todas, soñaron con llegar a tener poder. Poder del de verdad. De ese que te permite dictar normas, decidir la suerte de seres anónimos a quienes jamás verás el rostro, cambiar el mundo, parar el tiempo, hacer que se te recuerde cuando ya no estés…»

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